En el año 2013 conocí el graffiti, años más tarde comencé a dedicarme al muralismo, convirtiéndose esta última en mi oficio. Me gusta el carácter social que posee la disciplina del mural, abordar temas de contingencia, lo político, lo social, las diversas realidades de la mayoría de las personas, me gusta que la gente se cuestione las diversas situaciones en que nos encontramos, y de alguna forma mantenernos despiertos, también el trabajo colectivo que se necesita para levantar un mural y sobre todo el apoyo de la comunidad.
Es por eso que utilizo específicamente esta técnica pictórica como lenguaje, la gratitud y la compañía de la gente es lo que me da satisfacción en mi labor. Me fascina creer que una imagen, un color, una dimensión ya sea a gran o pequeña escala es capaz de generar un clik en las conciencias de las personas, es importante hoy en día brindarle a este mundo tan agitado un momento de calma, de contemplación, a la vez de reminiscencia, aunque sea un momento breve como quien va en un bus y percibe los colores de un muro y queda mirando mientras estos se desvanecen en el trayecto.
Este ejercicio de maleta de memoria me hizo salir de mi zona de confort , pues no estoy para nada acostumbrada a expresarme desde mi individualidad, hace tiempo no me ocurría que no sabía cómo interpretar algo, sobre todo de carácter tan personal y emocional, en ese momento al analizar estas emociones me di cuenta que eran inmensamente caóticas, lo que hizo cuestionarme mucho la forma en que lo expresaría, desde que vereda lo abordaría, si sería desde un gesto provocador, violento o pasivo, pero también me hizo cuestionar el lenguaje, dudando si sería un proyecto pictórico, audiovisual, performance u otros.
Con estas ambiguas ideas comencé a recorrer esta etapa de pruebas de materialidades, análisis emocionales y sobre todo cuestionar que es lo que buscaba causar en los espectadores que viesen la obra final.